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miércoles, 10 de agosto de 2011

Bailando para Degas, de Kathryn Wagner

Ciertamente todo el mundo llega a un punto en sus vidas en que necesita empezar a creer en sí mismo y aventurarse al exterior solo. Pero pocos lo hacen. Si todo el mundo hubiera tenido que limpiar el estudio para pagarse las clases, no me cabe duda de que habría sido la única chica dispuesta a aprender. Eso es lo que distingue a la gente como usted y como yo del resto del mundo, y es por lo que ambos nos despertamos cada mañana y pensamos: “No hay ninguna otra cosa que me gustaría hacer con mi vida”.

Si no sentimos dolor, no tendremos un motivo para mejorar nuestras vidas.

Advierto que a través de nuestros sueños y nuestra soledad tenemos mucho en común; mi vida cada vez se está volviendo más solitaria, sin saber en quién confiar, y él ha construido su propio mundo de aislamiento, fiándose sólo de su arte. Es en este momento cuando comprendo que no siento curiosidad o admiración por él, sino amor. Le sonrío y él me guiña el ojo mientras da un sorbo a su té, y pienso que quizá él también se haya enamorado de mí.

Aquello que nos atrae el uno del otro no puede sostenerse. Acabaría por separarnos.

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